“Se realizó el primer foro de Acciones para alcanzar la Justicia Menstrual, en el que advirtieron sobre el factor de desigualdad que implica la menstruación y plantearon iniciativas para revertir la situación que afecta no sólo la economía sino la salud, la educación y el trabajo de las mujeres y personas menstruantes”, dice la noticia oficial del martes, con foto de funcionarias en la Casa Rosada.
¡Cómo se enojaron algunes! Como si los planes públicos para proveer copas menstruales gratuitas, incluir toallitas y tampones en el programa Precios Cuidados o sacarle el IVA a estos productos les ofendiera, o les quitara algo. “La justicia menstrual es ‘venezualizarse’”, dijo Viviana Canosa, con las vocales cruzadas de la indignación.
Resulta que el primer lugar del mundo donde se hizo ley la justicia menstrual no es Caracas sino Nueva York. En 2016, la revista Jezebel decía: “Hoy es un gran día para la justicia menstrual en la ciudad de Nueva York”: se había aprobado asegurar el acceso gratuito a toallitas y tampones en lugares públicos como escuelas, refugios y cárceles. Antes habían abolido el “tampon tax”, los impuestos a productos de gestión menstrual.
La idea de justicia menstrual viene del activismo por la igualdad. En 2015, Lorrie King presentaba el concepto en una conferencia. En Argentina empezó a escucharse en 2019, a partir de la campaña de Ecofemini(s)ta en Causas Comunes. El film indio Period. End of the sentence ganó el Oscar a mejor corto documental de 2018; está en Netflix.
Dice Margaret E. Johnson en su paper “Menstrual Justice” (SSRN Scholarly Paper, 2019): “Les menstruantes son esencializades como mujeres con medios económicos, excluyendo a hombres trans y personas no binarias, menstruantes que experimentan la pobreza o son jóvenes. (…) La injusticia menstrual es la superposición de formas de dominación como el patriarcado, la supremacía blanca, la transfobia, el clasismo y el capacitismo”.
“Los tampones me los compro yo”, decía Canosa, Miss Empatía.