El coso del año: algo que hasta enero era de película de médicos y hoy es la más personal de las prendas. Barbijo (8 millones de entradas en Google), tapabocas (21), cubrebocas (22), mascarilla (95): entre los 500 millones de hablantes de español florecen las variantes léxicas. Mi favorita es la de Cuba: nasobuco (494.000 entradas); nasobucodonosor, como le gusta decir a mi amigo Martín.
Para evitar confusiones, sirve el término de la Fundación Huésped: narintón, de la nariz al mentón. Porque se ven barbijos colgando de la oreja, en la barbilla, en el codo y hasta sobre la crisma, cual kipá.
Hubo un momento de furor por los tutoriales; hasta Claudia López, alcaldesa de Bogotá, subió uno. En la ciudad de Buenos Aires se declaró obligatorio el tapabocas para espacios públicos cerrados el 20 de abril, y el 4 de mayo, para a la calle. Al toque surgieron grupos antibarbijo, casi al mismo tiempo en todo el mundo, directamente proporcionales a la rigidez de las medidas. Recién en junio la Organización Mundial de la Salud recomendó abiertamente el uso del barbijo; más leña para los antis, que lo llamaron “bozal” y organizaron quemas. Es que el barbijo va justo ahí donde los derechos de una colisionan con los de les demás.
Lo que me reí en abril con una influencer que enseñaba a elegir el barbijo adecuado a cada estilo, cara y ropa. Y bueno. En esta gran nota de Javier Sinay en Red/Acción se presenta a Florencia Tellado, que le proveyó tapabocas de diseño a la primera dama argentina y a Marilyn Manson. Y ya es meme decir que los Atom-Protect, con nanotecnología desarrollada en el CONICET, son “las Uniqlo de los barbijos”, aunque en este caso no haya connotación política.
Según consigna Sinay, en Japón, donde el barbijo se usa desde hace rato, hay una palabra para piropear a quien lo luzca: masuku bijin (“belleza enmascarada”). Sigo buscando un término para la sensación de desnudez y flagrancia -libertad culpable- que se siente al dar tres pasos en la calle a cara descubierta.