Lindo año para sacudir la cabeza de pavadas. ¿Estás con vida? Entonces ganaste, felicitaciones, brindemos. Y si no sufriste ninguna pérdida cercana, ya podés emborracharte.
Todos morimos solos, decía Don Draper, y siglos de filósofos antes que él. Pero este año eso fue patente. Me acuerdo de la impresión que me dio leer, en marzo, una columna de una periodista española que acababa de perder a su padre por COVID y no había podido despedirse. Pensé, así va a ser esto. La crueldad enorme de esa partida en soledad, para quienes se van y para quienes se quedan.
A mitad de año encendió la noche del invierno el ascenso a las estrellas de Rosario Bléfari. No fue otra víctima directa de COVID, pero la muerte es muerte igual, igualadora. Ella la esperaba en La Pampa, junto a su papá, y las restricciones de la pandemia hicieron que su hija, de 18 años, no pudiera visitarla en los últimos meses. Cuentan que en una de sus últimas conversaciones le dijo a Francisco Garamona, editor de su libro Diario del dinero (Mansalva): “Voy a conocer el último misterio”.
En esos meses en La Pampa, Bléfari escribió un Diario de la dispersión que se publicó en La Agenda Buenos Aires. La última entrada, publicada el 21 de junio, solsticio de invierno, terminaba: “¡Vamos por un día más!”.
(Imposible escribir sobre la muerte: siempre sale la vida, otra palabra votada).