En 2019, el centro de investigaciòn global con sede en Brighton STEPS tomò como tema del año “Uncertainty”, incertidumbre.
“La incertidumbre define nuestros tiempos. Ya sea en relación con el cambio climático, los brotes de enfermedades, la volatilidad financiera, los desastres naturales o los acuerdos políticos, todos los titulares de los medios de comunicación parecen afirmar que las cosas son inciertas, y cada vez más. La incertidumbre, en la que no conocemos las probabilidades de las posibilidades o los resultados, es diferente del riesgo”, decìa Ian Scoones, director de STEPS, en la introducciòn de un paper sobre el tema.
Qué lejísimo queda 2019 con sus predicciones y sus fantasías distópicas plasmadas en -otra vez Britania- Years and years. Hasta la palabra “distopía” se gastó, prescribió. Ya está. Vivimos al día, zen a la fuerza: puro presente. Un fin de año neto, minimalista: nada de propósitos para 2021. ¿Para qué?
Lo gracioso, en realidad, es que durante tanto tiempo hayamos vivido en la ilusión de los planes. Como si el futuro existiera, como si algo se pudiera prever. Jamás se pudo; nomás ahora vemos más claro que el rey está desnudo.
Pero qué difícil es desarmar ese viejo vicio de planear. Les estudiantes me preguntan por el cuatrimestre que viene (“que viene”: el tiempo es un camino a recorrer, dirían Lakoff y Johnson). ¿Qué decirles? Todo cronograma 2021 es ficción, en sentido estricto.
Les lingüistas Rafael Núñez y Eve Sweetser estudiaron las metáforas espaciales y temporales y la gesticulación de la lengua aymara y concluyeron que en su cosmovisión el pasado es lo que está adelante, porque podemos verlo, está frente a los ojos; el futuro, en cambio, es lo que está detrás, porque no se ve. Gabriel Bourdin encuentra evidencia similar en las lenguas quechua y toba. Lo que podemos mirar es el pasado. El futuro nos sopla en la nuca. Y el presente es lo único que tenemos: carpe diem.