Dejame soñar: dice David Wallace-Wells en New York Mag que hay buenas noticias. La primera es que con la victoria de Biden se ganó la guerra contra el negacionismo climático, y que alcanzamos ya el punto de inflexión de la crisis. Habla de la vida después del calentamiento global, y de una “nueva era de realismo climático”. Dice que el clima político cambió -por un “despertar generacional”-, que la industria del carbón está muriendo rápidamente, y que eso mejora las perspectivas: de imaginar un calentamiento global de cuatro o cinco grados estamos bajando a tres, o hasta dos (1,5 es el objetivo fijado por el Acuerdo de París, al que Estados Unidos acaba de volver).
Y en este escenario, Wallace-Wells sostiene que la descarbonización -la transición hacia una economía sin combustibles fósiles- empieza a verse real. Es decir, como un plan de negocios. “La descarbonización ha llegado a parecer, incluso a aquellos economistas y responsables políticos cegados durante décadas a los casos morales y humanitarios de la reforma, una inversión racional. ‘Cuando pienso en el cambio climático’, le gusta decir a Biden, ‘la palabra que pienso es empleo’.” Ese mismo era el argumento de Carlota Pérez (N09P04): que transformar la matriz energética precisará muchos puestos de trabajo. Y la pandemia cambió el escenario del gasto público: un estudio calculó que si se dedicara un décimo del dinero inyectado para estímulo económico en 2020 a reestructurar la economía hacia la descarbonización, se alcanzarían los objetivos de París.
La segunda buena noticia es “la llegada al escenario mundial del interés propio por el clima”. “Hace una década, los capitalistas más despiadados consideraban a la descarbonización algo demasiado caro para emprender. Hoy, de repente, parece un negocio demasiado bueno para dejarlo pasar”, dice Wallace-Wells. Y cita un informe de la consultora McKinsey, no precisamente una organización antisistema: “Emisiones netas cero a costo neto cero“. Ojalá: quiero creer.