¿No es hermosa? Estaba pidiendo pista desde que Fabio Tarasow me contó que la había visto en un paredón de la avenida Nazca, en diciembre. Tres días después, la encontré en Ushuaia.
La plandemia llegó a Argentina antes del 5G; es más, lo estaba esperando para poder funcionar mejor. Es una de las conspiranoias que asocian el COVID al 5G y a un plan para dominar el mundo; eso sí, la de mejor branding. Leí también “panmiedemia”, pero no funcionó; “plandemia” es a prueba de balas. No es nueva: plandemic ya se usó para la gripe aviar, en 2006.
Esta teoría conspirativa tiene producción: se difundió en un falso documental visto más de quince millones de veces en tres días de mayo, antes de ser borrado de Facebook y YouTube. Plandemic: The Hidden Agenda Behind Covid-19 (“Plandemia: la agenda oculta detrás del COVID-19”) le da voz a la científica antivacunas Judy Mikovits; se insinúa que usar barbijo puede enfermar, y se asegura que el COVID se diseñó en un laboratorio. En agosto salió una secuela (Plandemic: Indoctornation), que se prohibió enseguida y se viralizó mucho menos. Pero las conspiranoias caen en campo fértil; la idea de la plandemia nutrió a los movimientos negacionistas, anticuarentena, antibarbijo y antivacunas de todo el mundo, que llegaron a ponerse violentos (¿te acordás de la quema de barbijos?)
La plandemia también se engancha con QAnon (N19P03), la madre de todas las conspiranoias, incubadora de la toma del Capitolio de Estados Unidos. De ahí, derechito al protocolo de los sabios de Sión.
Las teorías conspirativas son realmente una rama de la literatura; quizás la que mejor esté funcionando. “Yo tengo la sospecha de que las mismas pruebas PCR (isopos) podrian estár contaminadas con la infeccion” (sic), decía hace nueve días un tuitero anónimo. “La ficción va a terminar porque la gente va a estar abrumada por la ficción”, decía en octubre el escritor de new weird (N09P07) M. John Harrison en FILBA.
Aquí otra muestra del negacionismo fueguino (filomatero).