Otra palabra full pandemia. Hace apenas un año, preguntar si un evento iba a ser presencial era un sinsentido, como preguntar si un concierto era acústico antes de la electricidad, si una calle era peatonal antes de los autos. Hay cosas que sencillamente no se pueden imaginar hasta que suceden.
Incluso si ya sucedían. Las videoconferencias ya existían: Skype se fundó en 2003; en los Juegos Olímpicos de invierno 1995 se tocó la Oda a la Alegría con una orquesta repartida en cinco continentes; ya entre 1936 y 1940, la oficina de correos alemana tenía un circuito cerrado de tevé para conversar cara a cara (no pienses en un elefante rosa). Pero una teleconferencia no es una reunión. Durante un tiempo -corto- aclaramos “reunión virtual”, “taller virtual”, “clase virtual” (o remota: lo discutimos en N18P04). Y después dimos vuelta a la esquina y nos acostumbramos; lo no marcado, lo habitual, empezó a ser la interacción digital, a distancia. Así nació, como excepción, como futuro añorado que busca el pasado, la presencialidad (no presenciabilidad, por suerte).
Es un concepto muy situado. Si bien puede aplicarse a muchas cosas, cobró vuelo en la discusión acerca de las escuelas: las famosas clases presenciales. En realidad, ya se usaba en un ámbito acotado: el de la educación en línea, que necesitó definir la presencialidad como su otredad. Allí se habla también de blearning, es decir aprendizaje mixto (blended). Pero para el gran público, la (no) presencialidad llegó con la pandemia. (Y las burbujas, de las que hablamos en N07P02; la famosa Odisea Burbujas).
Antes de la presencialidad estaba el presentismo. Mi mamá suele recordar el discurso de un profesor de educación física que dio la bienvenida al secundario machacando con que cuando uno está presente, está presente. Lo cual, podríamos decir, no siempre es estrictamente cierto.
Y menos ahora. Gracias al 5G, otra palabra asoma en el horizonte: telepresencia.