Una semana en Argentina es como un mes. El domingo amanecimos con que a un periodista -Esteban Schmidt- se le había ocurrido publicar esto en una columna de opinión en elDiarioAr. “Carla Vizzoti ya estaba lista para el ascenso. Había roto su lealtad histórica y familiar con Ginés; o sea que, desvirgada, faltaban nomás el screening de Cristina y la visa de ministra.” Le habrá parecido canchero, una figura retórica. Por qué no. En un país que lleva 60 femicidios en 54 días, ni a él ni al editor responsable se les ocurrió que hubiera nada de malo en aludir en términos sexuales a una ministra.
“Aceptamos que nuestras palabras y nuestras imágenes traerán consecuencias, pero lo harán porque buscamos ampliar y profundizar con ellas la conversación-país de la que nos sentimos parte”, dice en su presentación elDiarioAR. La conversación-país (N16P07) escaló muy rápido. A las 11.36, elDiarioAr pidió disculpas en redes sociales; el artículo ya no estaba online. A las 20.50, su director, Martín Sivak, publicó sus disculpas personales.
Trato de entender por qué nos resultó tan agraviante y se me hace opaco. Porque no es solo un término sexual. Es una palabra tan fuerte que no se me ocurre en qué contexto sonaría, ni en sentido literal, ni en el metafórico; qué transgresor, Schmidt. Como mucho, el verbo, desvirgar. Pero no el adjetivo; no es un atributo. La mayoría de la población mundial vive desvirgada desde su juventud; y sin embargo, suena ofensivo. La voz pasiva, la implicación de alcanzar una condición por una acción ajena, masculina (no hay hombres hetero desvirgados; pierden la virginidad, o se deshacen de ella). Es raro, porque se atribuye a Vizzotti el acto de haber “roto su lealtad histórica”, sin ayuda de nadie; se habría autodesvirgado. La metáfora no cierra. Simplemente Schmidt quería decir esa palabra. Tanto quería que después publicó la columna en su blog, intacta.
Googleo desvirgada y solo encuentro porno. Ese es el contexto en el que suena.