En Europa se está empezando a ver -o a soñar- la luz al final del túnel. Desde el fondo del invierno, sueñan con el verano, un verano casi normal. Y empiezan a aparecer las palabras desconfinamiento y desescalada: pasos para atrás. La idea de un regreso.
En el Reino Unido, Boris Johnson anunció un plan para alcanzar la “normalidad” el 21 de junio, con el solsticio. Lo dijo el lunes 22, cuatro meses antes, con una fe en la humanidad admirable: “Les quiero decir que el final está realmente a la vista”. La primera etapa prevista comienza el 8 de marzo, con la reapertura de todas las escuelas primarias y secundarias; a ese día lo llaman “Big Bang”. Ya hay polémica: “Es poner a interactuar del día a la noche a 10 millones de personas. El resultado puede ser un desastre total como ya sucedió en el pasado”, dijeron en un comunicado conjunto los sindicatos docentes. Luego, en etapas sucesivas separadas por cinco semanas, planean flexibilizar las actividades en exteriores, pasar del “quedate en casa” a “quedate en tu ciudad”, y finalmente autorizar los eventos puertas adentro y levantar toda restricción.
Falta un rato largo. En Argentina, si bien hoy estamos un par de fases adelante -con actividades al aire libre desreguladas y clases- vamos mucho más atrás en la cola global de las vacunas, y camino al invierno. Así y todo, esta semana circularon intensamente fotos de personas mayores sonriéndole a la enfermera bajo el barbjo, mostrando con orgullo el brazo vacunado. Vacunatorios públicos en Instagram.
Y del futuro, como de costumbre, sabemos nada. Pero ya leer la palabra “desconfinamiento” me alegra. Aunque me esté alegrando del lejano verano ajeno desde el final del propio.