“Por esto 👇 es que no planté nativas ayer (…). Mientras no cambie este modelo extractivista, plantar nativas el 24 es green-washing. Feliz día del glifosato para todxs”, tuiteó el jueves 25 Mariana Pérez. Señalaba otro tuit dos años anterior, de Ezequiel Adamovsky: “Un día como hoy en 1996 Felipe Solá, Secretario de Agricultura de Menem, aprobó el uso de la soja transgénica y del glifosato. Lo hizo en un trámite express. Fue una de las medidas más irresponsables y ruinosas para el país que haya tomado un funcionario.”
El mismo jueves, Anabel Pomar difundió los Paraquat Papers, que “muestran cómo Syngenta mantuvo y mantiene al paraquat, al que venden como el guardaespaldas del Glifosato, realizando infinidad de ‘trucos‘ para ‘suavizar‘ su conocida letalidad”. Salen a la luz porque en Estados Unidos Syngenta enfrenta demandas de granjeros que alegan que contrajeron mal de Parkinson por exponerse a este herbicida, que se vende como Gramoxone.
Basta una cucharadita para morir; por eso, es una opción low-cost de suicidios y hasta asesinatos. En los 70 Syngenta agregó un componente emético para hacerlo más seguro. Pero la dosis no alcanza para inducir el vómito: solo maquilla el producto. Lo cuenta el toxicólogo Jon Heylings, el whistleblower de esta historia, quien trabajó por décadas en Syngenta. En 1990, descubrió que los estudios que respaldaban el paraquat habían sido manipulados en un reporte de 1976, y nunca revisados. Ahora difunde los memos que envió comunicando este error, sin respuesta: hasta la FAO aprobó el paraquat. Heylings dijo: “Solo quiero que el próximo niño que accidentalmente tome un sorbo de paraquat tenga una chance de sobrevivir vomitando el veneno antes de que llegue a su sangre y muera de una falla pulmonar.”
Syngenta, creada en Suiza, fue comprada en 2015 por ChemChina, la química estatal de China. La fábrica de paraquat está en el Reino Unido. En estos tres países, el Gramoxone está prohibido; solo lo exportan. En Argentina sigue en los campos.