Si no hay abrazos ni contacto físico, quedan los saludos. ¿Qué es un saludo? Algo así como el NFT del afecto: un intangible que pretende desafiar las leyes de la física y tocarte. Cuando alguien te manda saludos, sonreís, algo se siente. ¿En el cuerpo? ¿O dónde?
Algo se siente. Lo saben las miles de personas que durante décadas han mandado y pedido saludos por la radio. Y es distinto si ese saludo proviene de alguien que es especial para quien recibe el saludo. Con “especial” me refiero a esa gente que tenemos un escalón más arriba, en otra casta de la realidad, con una relación afectiva asimétrica: se puede sentir que se les conoce, quererles y hasta -dirán algunes- enamorarse de elles sin que nos conozcan. Artistas, deportistas y un largo etcétera: lo que el siglo XX llamó famosos. De ahí la industria del autógrafo: sabemos que esa persona que firma “Con cariño” no puede, bajo ningún punto de vista, sentir cariño por alguien a quien no conoce, pero igual se hace cola y mil locuras por ese autógrafo.
Y con tecnologías audiovisuales, esa búsqueda se traslada al saludo de audio o video. A principios de siglo, una amiga se metió en un entrenamiento de Boca en busca de saludos del plantel para su futuro esposo. El regalo era doble: el saludo de los jugadores, y el esfuerzo que ella había hecho para conseguirlos, que de algún modo daba la medida de su amor.
Pero claramente, los saludos eran uno de esos “océanos azules” que describe la economía: bolsones de demanda desatendida. Era cuestión de tiempo que se organizara un mercado. Esta semana vimos la explosión de Famosos.com, una plataforma donde gente de variopinta calaña ofrece saludos personalizados. Por 150 dólares Carlos Villagrán, el actor que hacía Kiko en El Chavo, te saluda; por 20 se puede conseguir a Freddy Villarreal, y así. Se suma a plataformas similares como Cameo (¡con saludos de Fran Drescher, la Niñera!), Vibox y otras. ¿Qué viaja con ese saludo pago? ¿Qué hace sentir?