Daunte Wright tenía veinte años. Era afroamericano. El domingo pasado, un par de policías lo detuvo mientras andaba en auto en Brooklyn Center, Minneapolis, a 16 kilómetros de donde la policía asesinó a George Floyd hace trece meses. Le pidieron su licencia y trataron de esposarlo; cuando él se resistió y volvió a meterse en el auto, la agente de policía le dijo que si no se quedaba quieto le daría una descarga eléctrica con la taser (N06P08). Y mientras él trataba de arrancar, ella, Kim Potter, le disparó una bala. De plomo. Él, herido, manejó hasta que se estrelló. Cuando la ambulancia llegó al lugar, ya estaba muerto; la oficina forense dictaminó que la causa fue un balazo en el pecho.
En la misma ciudad, mañana se escucharán los alegatos finales en el juicio a Derek Chauvin, acusado de asesinar a George Floyd clavándole la rodilla sobre su nuca durante nueve minutos.
Este lunes 19 de abril se cumplen tres décadas de aquel recital de los Redondos al que Walter Bulacio no llegó a entrar. Tenía diecisiete años; una razzia policial lo llevó preso, junto a otros, y en la comisaría lo golpearon tanto que murió cinco días después. Su nombre -convertido en caso- llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y cambió la forma de ser joven en Argentina en los años noventa.