“Los datos muestran que los contagios no suceden en el colegio”, dijo anoche Juana Viale en La Nación +. Usaba las palabras textuales que repiten desde hace meses distintos funcionarios del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, empezando por el jefe, Horacio Rodríguez Larreta. Los términos “datos” y “evidencia” son los más reiterados, especialmente en relación a la decisión sobre la presencialidad en las escuelas. Aquí dos ejemplos (1, 2) en boca de la ministra de Educación, Soledad Acuña, y uno del vicejefe de gobierno, Diego Santilli. El jefe de gabinete, Felipe Miguel, dice en su bio de Twitter “Dato, no relato”. Rodríguez Larreta dijo quince veces “datos” en esta entrevista.
Decían Doug Specht y Monika Halkorn en The Conversation: “La forma en que usamos los datos es una cuestión de vida o muerte. En respuesta al COVID-19, se está ordenando a la gente que se quede en casa, que vaya a trabajar, que se ponga barbijos o que envíe a sus hijos a la escuela basándose en la mano invisible de los datos. (…) Las interpretaciones y la recopilación de estos datos no están exentas de problemas: los médicos y los políticos que observan los mismos datos pueden sacar conclusiones muy diferentes sobre el curso de acción correcto. Es fundamental que la gente entienda la calidad resbaladiza de los datos.”
Asegura Javiera Atenas en el curso “Datos, sociedad y política: un acercamiento crítico” de la Universidad de la República, Uruguay:“Vivimos en una sociedad ‘datificada’, donde casi todo se transcribe continuamente en datos, se cuantifica y analiza, donde las decisiones que toman las corporaciones y los gobiernos se basan cada vez más en datos y algoritmos. (…) Por lo tanto, es crucial comprender los riesgos de sus usos presentes y futuros”. Para esto, el primer paso es acceder a los datos de forma abierta.
Según Andrés Snitcofsky, especialista en visualización de datos, hasta el momento el gobierno de la ciudad de Buenos Aires no mostró datos abiertos -datasets- que corroboren su relato.