El lunes, Ernesto Tenembaum abrió su programa de radio diciendo: “Esta semana vamos a hablar mucho de oxígeno”. Entrevistó a un empresario que explicó cómo se fabrica oxígeno, cómo se distinguen el medicinal y el industrial, y dijo que estaba al límite de la capacidad operativa, pedaleando a la industria para favorecer al sistema de salud. Me acordé que en abril de 2020 había leído relatos de gente buscando tubos de oxígeno por todo Guayaquil, a merced del mercado negro, teniendo que que elegir dónde morirían sus familiares. Me parecía una imagen del horror lejanísimo: un sálvese quien pueda donde ya no hay hospitales ni ley ni nada, y solo queda salir a puro coraje a por el próximo aliento. Mad Max (hola 2021).
El martes, el presidente suspendió las exportaciones de oxígeno.
El miércoles, la ministra de Salud y el ministro de Desarrollo Productivo anunciaron que la demanda estaba “entre dos y tres veces más que en el momento de mayor consumo del año pasado”, y que toda la producción se dirigiría al uso medicinal. También fijaron el precio; salió el jueves en el Boletín Oficial.
Según el COVID 19 Oxygen Needs Tracker de PATH, los países de ingresos bajos y medios triplicaron su demanda entre el 1 de febrero y el 1 de mayo. Al 30 de abril requerían cuatro millones de tanques (27.700.000 metros cúbicos) por día. Imagino un túnel de un kilómetro de largo, 277 metros de ancho, cien de alto.
Según BBC, tres fabricantes concentran el 69% del mercado de gas industrial (que incluye el oxígeno medicinal) a nivel mundial: Air Liquide, Linde y Air Products. En Ecuador, en Perú, en México, en Brasil ya hubo denuncias por mercado negro de oxígeno. Ahora estallan en la India, donde se llama a no acaparar tanques “por las dudas”. Porque el problema es el oxígeno pero también, y muchas veces sobre todo, los tubos que lo contienen, y cómo transportarlos. Por eso, en Guayaquil se implementó un Banco de Oxígeno donde los tubos se prestan y recirculan. El único pedido: devolverlos recargados.