¿Hablaremos en el futuro de “vacunas patentadas” para diferenciarlas de las abiertas? ¿O de “vacunas comerciales”, por oposición a las desarrolladas sin fines de lucro en hospitales y universidades? (¿Y “vacunas comunitarias”? No seré yo quien sueñe chiquito).
Esta semana hubo, por fin, una noticia luminosa. “Estos tiempos y circunstancias extraordinarias exigen medidas extraordinarias. Estados Unidos apoya la exención de las protecciones de la propiedad intelectual en las vacunas contra el COVID-19 para ayudar a acabar con la pandemia, y participaremos activamente en las negociaciones de la OMC para conseguirlo”, tuiteó el miércoles Katharine Tai, representante comercial de Estados Unidos.
Como decíamos en N35P06 citando a Lalo Zanoni citando a Hemingway, “todo sucede de a poco, hasta que todo sucede de repente”. Durante décadas -desde la institucionalización de la “propiedad intelectual”- cientos de miles de individuos y organizaciones trabajaron para abrir el conocimiento, entendido como bien común de la humanidad, amasado a través de los siglos con el esfuerzo de millones y millones de mentes, manos y corazones. En las inmortales palabras usadas por Isaac Newton, tan citadas en toda la literatura sobre conocimiento abierto, cada generación se para sobre los hombros de gigantes; construye sobre lo ya construido. Ningún avance nace de un repollo nunca (la metáfora está mal hecha, los repollos requieren de ¡tanto! para crecer).
Hace casi un año, el 18 de mayo de 2020, el presidente de China, Xi Jinping, había asegurado que si China desarrollaba una vacuna, sería “un bien público global”. No sucedió. Dos días después, la organización Médicos Sin Fronteras lanzaba la campaña “Sin patentes en pandemia” (N21P06). Hace apenas tres semanas, hablábamos del pedido de 175 líderes a Biden por una “vacuna popular” (N33P10).
Y acá estamos. Ojalá sea el momento en que, por fin, todo suceda de repente, y a la exención de estas patentes le sigan otras. Que florezcan mil vacunas, y más.