Igual, la verdad, no era una linda palabra para abrir esta. Pero bueno, pedidas ya las disculpas por porteñocentrismo a quien lea desde Ushuaia, Montevideo, México o Berlín, comorbilidades fue la palabrita pandémica de la semana para quienes habitamos en Buenos Aires (sí, “la Ciudad”). Porque la vacunación, por suerte, aunque lenta, avanza. El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos técniques. Así como nos acostumbramos a hablar de intensivistas (N02P01) o saturómetros (N33P07) (como señala hoy Julieta Roffo en el elDiarioAr), esta semana le llegó la hora a comorbilidades. Que, sí, ya está en el repertorio desde el año pasado, pero esta semana brilló, al menos acá.
Porque las comorbilidades, que hasta ahora fueron pura pérdida, esta semana en este rinconcito chiquitito fueron ventaja: esperanza de, por fin, vacunarse. Y entonces vino la pregunta: ¿a qué le decimos exactamente comorbilidades? Son “condiciones de riesgo o enfermedades crónicas”, pero, ¿cuáles? Y ahí, a fijarse a la lista: cada vez más y más técnica la cosa. Y más porteñocéntrica en sentido duro, porque si hasta el año pasado el porteñismo era más bien un estado del alma (o del ego), desde el 19 de marzo de 2020 es una frontera normativa y condicionante de posibilidades. Como todas las jurisdicciones del mundo, bueno.
Dice la RAE: “Coexistencia de dos o más enfermedades en un mismo individuo, generalmente relacionadas”. Según parece, el término se usa en medicina desde 1970, introducido por Alvar R. Feinstein. Pega mi prefijo favorito, co, el de las cosas que van juntas, con morbilidad, “proporción de personas que enferman en un sitio y tiempo determinado”. La enfermedad como estadística y categorizador absoluto: pandemia intensifies.
Hay otra cosa: comorbilidad recuerda que en latín morbus está ahí nomás de mors.