Se la escuché a Jairo Straccia; ofrecía a la audiencia de Buenas Tardes China “cervezas para veredear”. Es octubre, mes de revoluciones y cumpleaños, y ahora sí todo verdea y pide salir. Las veredas se hacen protagonistas como nunca antes: de lugar de paso a escenario de disfrute, de sol en la cara, hasta de módico encuentro. Alegría bonsai: una veredita compartir, como canta Valor Vereda.
La palabra no es nueva; de hecho, ya es hashtag. La encontré en tuits de Argentina, Ecuador, Venezuela y México, en frases como “re está para veredear toda la noche”, en línea con la querida “birrita en la vereda”. El más viejo es de 2009. Más lindo, este de 2014: “#Veredear sentarse en la vereda de tu casa con una persona a ver pasar los autos, o las estrellas”.
Había una sospechosa prevalencia de tereré en los tuits; Ileana Dell Unti asegura que el verbo fue acuñado en Formosa. “Dícese de la acción de una o más personas que se sientan en la vereda de una casa, transitando el tiempo sin ningún fin productivo, o de consumo. En ocasiones la acción -o inacción- puede ir acompañada de la ingesta de tereré o mate”, define. Y agrega: “El tiempo por estos lados es muy barato, así que la gente se junta a compartirlo, o a perderlo en compañía.”
Ahora hay un “porteñes descubren veredear”. Parece ser la única opción relativamente segura para ver aunque sea un rato a las personas queridas. Hasta los cumpleaños se mudaron a las veredas, que están en transformación: son un activo central para la gastronomía y se expanden a las calles peatonalizadas con círculos de distancia social pintados en el suelo. Todo apunta a darles, por fin, el valor que hace años vienen pidiendo las tribus de activistas por el derecho a la ciudad. Veredear, verdear, ver, reverdecer; ojalá las veredas abiertas queden y la pandemia pase.