La vi en una charla de Ciudades Comunes, y me sorprendió no haberla notado antes. Los feminismos vienen hablando de la centralidad de los cuidados desde hace décadas, pero recién ahora, con el mundo paralizado por la pandemia zoonótica y en llamas por la crisis climática, suena más fuerte la idea de la ciudad cuidadora. A contramano del paradigma productivista y del eficientismo de la smart city, propone una urbe menos piola y más atenta a las necesidades humanas: salud, bienestar, descanso, alegría. La española Blanca Valdivia lo define así: “ciudades que nos cuiden, que cuiden nuestro entorno, nos dejen cuidarnos y nos permitan cuidar a otras personas (…) que los espacios estén adaptados a las diferentes necesidades de las personas y no que las personas se adapten a las condiciones del espacio.” Y cita a Joan Tronto: “los cuidados son ‘todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo para vivir en el mejor modo posible’”. Pienso en Carolina Cosse, intendenta electa de Montevideo por el Frente Amplio, y en la coalición El Abrazo. En Claudia López, intendenta de Bogotá, que en su asunción invitó a construir “una ciudad en la que se pueda vivir sin miedo, en paz, con justicia y seguridad; una ciudad cuidadora” (se lo refriegan ante cada injusticia o acto de violencia). En el slogan “Estoy contigo” que llevó a la presidencia de Chile a Michelle Bachelet; en Jacinda Andern, de Nueva Zelanda, la única presidenta del mundo que se tomó licencia por maternidad; en Alexandria Ocasio-Cortez impulsando el Green New Deal y enseñando a organizar guarderías cooperativas.
Después me acuerdo de que el lunes la verdura del día fue el perejil, por las miles de mujeres que siguen muriendo en abortos clandestinos. Y de que mientras escribo, por lo menos seis provincias argentinas están en llamas. Cuidar la vida también es plantarse frente a una combinación compleja de codicia, egoísmo y estupidez.