Al progretariado estadounidense no le gusta esto (y al global, menos), ¿o quizás sí? La duda corre por la delgada línea entre el multiculturalismo y la apropiación cultural. El martes pasado, en medio del primer debate presidencial 2020 de Estados Unidos, Joe Biden dijo inshallah. Esta palabra árabe, origen de “ojalá”, se traduce como “dios quiera”, pero puede usarse como “nunca” (en el New York Times lo llaman “the arabic ‘fuggedaboudit’”, el ‘olvidate’ árabe; yaqui sieras). Fue mientras Trump aseguraba que había pagado millones de dólares de impuestos. “¿Cuándo? ¿Inshalla?”, dijo Biden, en un correcto uso sarcástico: marcar algo como demasiado bueno para ser verdad. “Es lo que decían tus padres para decirte que no amablemente”, explica Aymann Ismail en Slate. Algo así como el “veremos” (we’ll have to see what happens) que tanto le gusta a Trump.
¿Por qué haría eso Biden, un católico de origen irlandés? Una hipótesis es que habría buscado mostrar una fluidez cultural muy superior a las de Trump. La prensa se volvió loca preguntándole al staff de campaña de Biden cómo había aprendido la palabra, sin éxito. No está claro si el electorado musulmán lo habrá interpretado como cuidado o invasión. “Si estás escribiendo un artículo diciendo que te sentís visible porque Biden dijo inshalla, por favor ahorrale la vergüenza a tu comunidad”, tuiteó Asad Dandia.
Hubo muchas otras palabras fuertes en el debate: Trump mencionó el grupo de extrema derecha Proud Boys, y en vez de condenarlos dijo “retrocedan y esperen”; los consideró menos peligrosos que Antifa, la organización de acción antifascista (“alguien tiene que hacer algo con Antifa y la izquierda”). Cuatro días después, está internado con coronavirus, lo mismo que gran parte de su equipo. Quizás la palabra para él era supercontagiador.