No se me ocurre nada más extranjerizante que las palabras. O más nacionalizante; más identitario, en realidad. Nada mejor para trazar fronteras entre nosotres y el resto. Bien lo sabe, aparentemente, Joe Biden. Por eso es que también se consideran patrimonio cultural, y por lo tanto merecedoras de cuidado y protección (o, a la inversa, de penalización; hay palabras con consecuencias judiciales).
La gente se pone muy nerviosa si le cambian las palabras. Para muestra, el lenguaje inclusivo. O el efecto que tuvo en un señor ver que su celular se autopercibía como ubicado en Aotearoa, el nombre maorí para Nueva Zelanda. El usuario @Dannyblack44 tuiteó: “No aprecio esto, gracias @VodafoneNZ. Mi país se llama NUEVA ZELANDA. Además, no es exactamente inclusivo empezar a usar maorí cuando solo el 15% de los kiwis son PARTE maorí. No lo quiero en mi teléfono. Cambialo ya, o me paso a otro proveedor”. Y cerró con el hashtag #GetWokeGoBroke, que se usa para amenazar con boicot a lo que se percibe como woke, “despierto” (a las desigualdades) en términos de corrección política. El tuit fue borrado, pero hay una captura acá.
El cambio en el celular se debía a la Semana de la Lengua Maorí. Vodafone respondió que era “para celebrar una de las tres hermosas lenguas oficiales que tenemos en Nueva Zelanda / Aotearoa”, y agregó que no había planes de cambiarlo. Un rato después, su competencia, 2degrees, se sumó a la conversación en maorí: “Kia ora Danny! Kei te pēhea koe?” (“Salud Danny, ¿cómo estás?”). Y después: “Hmmm, mejor no te pases a nuestra compañía, también nos encanta celebrar Te Reo (“la lengua”) Māori!”
¿Pinta esto un país cuidador, o un lavado de cara corporativo ante el progretariado #woke? Las palabras, como las veredas, valen cuando se apropian.