No es nueva: según Wikipedia, “viene de los tiempos de la guerra de Vietnam, con el uso de defoliantes como el agente naranja, que causaron daños irreversibles destruyendo bosques tropicales y contaminando los cuerpos de agua, además del uso de armas químicas como el napalm contra la población indefensa “. Pero aunque esté en el diccionario de la RAE, algunos diarios siguen poniendo “ecocidio” entre comillas, como si fuera una exageración, un dramaqueenismo de las juventudes ambientalistas. Hasta hace poquísimo, era una palabra reservada a la militancia ambiental; créase o no, todavía no hace un año del discurso de Greta Thunberg en las Naciones Unidas. El tema con “ecocidio” es quién la dice, a quién y en qué contexto. Hace dos semanas, Paul McCartney se unió a la campaña para declarar el ecocidio como un crimen juzgable por la Corte Penal Internacional. Esta semana la dijo el ministro de Ambiente de la Nación, Juan Cabandié (y mostró foto con el presidente). Ya era hora: estamos en llamas. La metáfora ha muerto, larga vida a la metáfora.