Me chocó leer que una ONG mexicana llamaba a “mantener viva la memoria de las personas víctimas de desaparición en México”. Algo en la combinación de esos términos me hacía ruido: “víctimas” implica que han sufrido un daño, en general infligido por alguien (aunque es cierto que también se puede ser víctima de un accidente o un huracán). “Desaparición” borra toda agencia. Es bastante delirante: ¿qué cosa, en el mundo, des-aparece, revierte el proceso de aparición? Se me ocurre solamente el rocío secado por el sol. Si no, hay que pensar en magos. En brujos que hacen desaparecer. En Argentina, sabemos, el término tiene un origen claro: la famosa entrevista en la que Videla dice que esas personas que buscan no están ni muertas ni vivas, están desaparecidas. El problema entonces viene en la combinación. Víctima de secuestro, de asesinato, tiene sentido: alguien secuestró, mató. Pero “víctima de desaparición” es como romper el envoltorio del sentido para encontrar otro papel. Una palabra recursiva, en abismo: nada por aquí, nada por allá. Una perversidad semántica. Recordé que suele usarse la frase “víctimas de desaparición forzada”. Y ahí hay una punta para tirar, porque “forzar” sí requiere agente, alguien forzó. “Secuestro” no alcanza, porque el secreto del acto de desaparición es constitutivo del delito. Y además, abre un abanico de hipótesis del horror que jamás se cierra: la desaparición podría incluir torturas, asesinato, violaciones… lo no nombrado no tiene límite. Hay un Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas y es el 30 de agosto, o sea mañana.