Perdón por el inglés, pero es que “cuadrilla de desalojo” es muchísimo menos fuerte. Porque “crew” suena a algo lindo, como tripulación de barco o avión, o equipo de filmación. Y “eviction” es más dura y áspera que “desalojo”: desahucio, expulsión. Una acción física: un patovica agarrando a alguien de las axilas y sacándole de un lugar a la fuerza. Juntas generan disonancia cognitiva, hacen pensar en gente que disfruta de hacer sufrir. La pandilla perversa. El personal perfecto para el capitalismo de plataformas, hablando de crisis.
Porque hay una compañía, Civvl, que propone anotarse para ser desalojador free-lance. Un Uber para echar gente, que ofrece desalojos a demanda sin tomar empleados, full gig economy (economía de la changa). Eviction as a service, como dijo Cathy O’Neil, la autora de Armas de destrucción matemática. En plena pandemia, aumentan exponencialmente la desocupación y los casos de personas que no pueden pagar el alquiler, hasta desbordar los servicios de expulsión. ¿Qué pueden hacer los pobres propietarios? El mismo problema trae su solución: un ejército de desesperades por ganar un mango aunque haya que luchar cuerpo a cuerpo con quien no tiene adónde ir. Civvl invita a “unirse a la eviction crew”, con una foto de un hombre sacando un sofá. “La changa que permite hacer dinero más rápido debido al COVID-19”, publicitan.
No debe faltar mucho para que se patente el robot que se meta en una casa y, manejado con tecnología háptica, tome a las personas de las axilas y las tire a la calle. Hasta entonces es mucho más barato contratar precarizades. De paso, los riesgos de contagio de COVID corren por cuenta de cada trabajador.
Mientras tanto en Argentina se prorrogó la prohibición de desalojo y aumento de alquileres hasta el 31 de enero de 2021. En Guernica, desde el 20 de julio 1904 familias duermen en la tierra, bajo chapa, nylon o cielo, en parcelas que el censo oficial llama “hechos físicos”; hay 2797 menores. Un juez prorrogó su desalojo hasta el 1 de octubre.