Perdón por intensear, o como diría mi amiga Irene Soria, gracias por la paciencia. No puedo dejar de pensar en Paola de Simone, la docente universitaria de 46 años que murió mientras daba clase por Zoom. Ella misma había contado unos días antes por Twitter que llevaba cuatro semanas con síntomas de coronavirus.
Creo que no tenemos todavía una palabra para la muerte por videollamada. Muerte por streaming. Esas cosas de la virtualidad: podés ver y escuchar a la otra persona, pedirle la dirección para llamar una ambulancia, pero no podés darle la mano, hacerle maniobras de reanimación, alzarla hasta la puerta.
“No puedo todavía creer que el contacto cruzado con ella hace pocos días fue que seguía con tos. Tos. Uno piensa ‘bueno, es tos. Pasa’. Esta vez no pasó (…) Hasta el mismo día de ayer estuvo dando clases con tos. Sí, con tos. No pasó.”, escribió el coordinador académico de la universidad donde trabajaba. “Ella siempre podía con todo. Siempre con una sonrisa. Siempre con un retruco. Siempre con más. Esta vez no pudo.” ¿Ella no pudo?
La pregunta es cómo volver ahora al aula virtual. Porque ese es el tema con las salas de videollamada: son todas iguales, son la misma. En todas murió Paola.