Ana y Emilce miraban por la ventanita, aunque no hubiera nada que mirar. Como todes. Soy ventanadependiente; mirar para afuera me parece un derecho humano básico. Es otra de las cosas que la pandemia y el aislamiento obligatorio hacen más obvio.
Hace unos meses encontré el regalo de Window Swap, gentileza de Mateo Schapire. Es un milagro de cuarentena global: un repositorio común de vistas. Me gusta entrar a la noche y asomarme un rato a una ventana de Bangalore o Kampala o Roma o El Cairo o Beryozovsky o Penang. Ver lugares que nunca imaginé, de noche, de día, al atardecer; el viento moviendo hojas o cortinas, autos y gente pasando. Algunas son ruidosas, en otras hay música. Descubrí que se puede hacer zoom y perderse en los detalles. A veces pasa un gato frente a la cámara. También hay sobresaltos: encontré una ventana prendida fuego, localizada como “Wildfires in Delta del Paraná”.
Mirar afuera. Nunca se sabe qué hay del otro lado.