No es la única fisura que se ahonda en México.
Normalistas son quienes estudian para ser maestras y maestros. Al menos, en México; en Argentina nunca escuché la palabra, aunque sí tenemos escuelas normales (ni pensar en por qué se llamarán así). Desde 2014, la palabra remite además a una tragedia: la de les 43 normalistas de Ayotzinapa, que desaparecieron en la noche del 26 de septiembre de 2014 en un episodio que involucra a policías del estado de Guerrero y militares. El presidente López Obrador prometió al asumir que haría justicia, pero 40 normalistas permanecen desaparecides y casi no se avanzó en la investigación.
La palabra volvió a sonar esta semana -en realidad, todo el último mes. El lunes la policía de Chiapas reprimió a manifestantes que pedían la liberación de normalistas de la escuela normal rural de Mactumactzá. El martes las movilizaciones llegaron a Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas. El jueves, a la Ciudad de México. Recién entonces les normalistas que estaban en prisión fueron liberades (pero siguen acusades de motín, pandillerismo, robo con violencia, daños y ataques a la vías de comunicación). Todo esto, en la previa de las elecciones de este domingo 6 de junio.
Les normalistas de Mactumactzá estaban en las calles desde el 11 de mayo para pedir ¿qué? Que los exámenes de ingreso a la escuela fueran presenciales (N24P09). La mayor parte de les aspirantes viven en comunidades rurales donde escasean las computadoras y el acceso a internet. El 18 de mayo bloquearon una ruta de entrada a Tuxtla Gutiérrez. La policía les desalojó y detuvo a 95, 71 mujeres (muchas denunciaron violencia sexual). El conflicto escaló: secuestraron vehículos y quemaron oficinas; hubo más represión.
“Lo que sucede en Mactumactzá no únicamente sucede ahí, ni comenzó a suceder ahora. (…) las violencias que ejerce el Estado contra normalistas que defienden el derecho a la educación no ha parado”, dice Alejandra Argüelles en Animal Político. Coyunturas de la brecha digital.