Esta semana hubo Nestléleaks. El Financial Times difundió datos de un reporte interno de Nestlé donde se reconocía que el 63 por ciento de lo que vende (excepto algunos rubros) no “alcanza la definición de saludable” según el sistema de calificación alimentaria de Australia, y que algunas de sus categorías de productos “nunca serán saludables”. Nestlé es la empresa de alimentos más grande del mundo, con más de 90 mil millones de dólares anuales en ventas.
Según estos datos, la propia compañía reconoció que el 70 por ciento de los alimentos que vende, el 96 por ciento de las bebidas y el 99 por ciento de los helados y postres no alcanzan las 3,5 estrellas del sistema australiano, necesarias para declarar a un producto aceptable. Entre los alimentos con peor performance están la pizza de la marca DiGiorno y el panini pepperoni de la marca Hot Pockets, que tienen casi el 50 por ciento de la cantidad de sodio recomendada por día. Estos dos productos lideraron las ventas de la empresa en 2020, en el contexto de la pandemia. Después del escandalete, representantes de la empresa dijeron que están trabajando en su portfolio para hacerlo rico y saludable.
Mientras leía sobre esto me golpeó como un rayo la certeza de que el nombre Nestlé debía venir de nest (nido, en inglés) más lait (leche, en francés). Pero resulta que no: que viene nomás de su fundador, Henri Nestlé. Claro que en suabo Nestle significa Nido, y de ahí la marca de la leche, que fue el producto fundacional: en 1867 desarrolló “alimentos para lactantes a base de leche”, y poco después, “harina lacteada”.
En Argentina seguimos esperando una ley de etiquetado frontal que obligue a señalar qué productos tienen exceso (N05P03) de azúcar, sodio o grasas, como para saber si estamos por comer un alimento o un OCNI (N12P09).