Y hablando de deuda, esta semana volvieron a sonar los DEG, o Derechos Especiales de Giro: lo que Tomás Aguerre llama en Primera Mañana “la moneda del FMI”. Lo anoté cuando lo leí, el 8 de abril, y los DEG quedaron como borrador en muchas ediciones de diezpalabras, del 32 al 38.
“Ayer, el Directorio Ejecutivo del FMI expresó su acuerdo con mi propuesta sobre una nueva asignación general de DEG equivalente a USD 650.000 millones —la más grande en la historia del FMI— para hacer frente a las necesidades mundiales de reservas durante la peor crisis desde la Gran Depresión. (…). Nuestra expectativa es que, en caso de que reciba aprobación, la asignación de DEG se lleve a cabo para fines de agosto”, dijo el viernes en una declaración oficial Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI. “Esta es una inyección en el brazo para el mundo. La asignación de DEG reforzará la liquidez y las reservas de todos nuestros países miembros, afianzará la confianza y promoverá la resiliencia y la estabilidad de la economía mundial. Ayudará a todos los países miembros del FMI —particularmente los países vulnerables— y fortalecerá su respuesta a la crisis producida por la COVID-19.”
En el sitio web del FMI definen los DEG como “activos de reserva internacional creado por el FMI para complementar las reservas oficiales de sus países miembros”, “un derecho potencial sobre las monedas de libre uso de los miembros del FMI” que “pueden proporcionar liquidez a un país”. Está definido por una “canasta de monedas”: dólar estadounidense, euro, yuan, yen y libra esterlina.
Parece que los países pueden, a su vez, prestarse DEG, y que el ministro de Economía, Martín Guzmán, está negociando pedir algunos a China o a países europeos. ¿Para qué? Para “cumplir con los pagos al FMI de septiembre y diciembre sin necesidad de tocar ni las reservas ni los DEG propios”. No lo digo yo, lo dice Ámbito Financiero.
A mi ignorancia todo esto le suena a papelitos de colores y fábrica de deuda, pero qué otra cosa es cualquier moneda, en última instancia.