El miércoles pasamos las cien mil muertes por COVID-19 en Argentina. No es un número fácil de pensar: una cancha de River llena hasta la manija, una Plaza de Mayo completa a rebosar de personas -subidas a los árboles, a la pirámide- que ya no están. Alejandro Bercovich leyó al aire en Radio con Vos esto de Alexandra Kohan que ya me había hecho llorar hace un par de meses. “Jacques Lacan introdujo una novedad en relación al duelo: lo que nos duele no es tanto el objeto que perdimos, sino eso que fuimos para el que perdimos. Ese movimiento que propone puede parecer apocado, chiquito, nada estridente, pero resulta fundamental para que las piezas en la experiencia del duelo se dispongan de otra manera. Lo que fuimos para ese otro que ya no está conforma nuestra más íntima singularidad, esa que no va a poder repetirse en ningún otro lado, en ninguna otra relación. Es ese algo que nos hizo únicos -y no ‘lo único’-, no sólo para el otro, sino para nosotros mismos. Ese algo que fuimos y que se va con el que ya no está.”
Yo siento que perdí parte de mí hasta con gente que traté ocasionalmente, o incluso que nunca conocí en persona. Pierdo parte de mí por el simple hecho de que ya no estén en el mundo. Dice Carina González Monier, citada por Kohan. “Hay gente que existía y hacía algo”.
La gramática dice que el dolor se experimenta de forma pasiva: tal cosa me duele. Me da la sensación de que esa pasivización complica más las cosas. Dejame doler en activo, a ver si ayuda. Y para eso, duelo: un sustantivo que es un verbo conjugado en primera persona, en presente.
(Dice Kohan que dice Barthes: “No decir Duelo. Es demasiado psicoanalítico. No estoy en duelo. Estoy afligido”).