¿Dónde va la gente cuando llueve y llueve y llueve? ¿Y cuando hay sequía y no hay comida? ¿Y cuando, por estos u otros factores, hay guerra civil o tiranías y faltan trabajo y pan? Es difícil de pensar desde mi comodidad, mirando la lluvia por la ventana. Pero sé que la gente se va, como puede. Caminando, corriendo, nadando.
En estos Juegos Olímpicos tan raros (que dicen ser de un año que ya pasó, aunque parece que del todo no pasó), desfiló por segunda vez una bandera diferente: la de atletas refugiadas y refugiados. Puedo imaginar seres que se vean forzades a dejar sus países, pero, ¿que además sean deportistas de altísimo rendimiento?
Son 29 atletas, que compiten en 12 deportes. Federico Lamas cuenta en Twitter la historia de quienes llevaron la bandera. Yusra Mardini nació en Siria, es nadadora y compite en la categoría 100 metros mariposa. “Huyó de Damasco, a través del Líbano y Turquía para llegar a Grecia en bote. Ella, junto a su hermana, empujaron el barco por tres horas en el mar. Salvó a veinte personas de morir”, dice Lamas. “El otro abanderado es Tachlowini Gabriyesos. La historia es distinta. Huyó de Eritrea a los 12 años. Él no huyó a través de un bote. Lo hizo corriendo, caminando. Fue hacia Sudán y Egipto. Cruzó el desierto a pie para llegar a Israel. Su familia le tuvo que pagar a un hombre que transportaba refugiados de forma ilegal. Al principio eran 63, quedaron 30. En una de esas noches durmió junto a un cadáver sin darse cuenta. Pero aun así llegó, con 12 años, a Israel. Gabriyesos, que reside en Israel, tuvo la chance de representar a ese país, pero prefirió no hacerlo. ‘Soy un refugiado’, dice. Por esto se mantuvo bajo esta bandera y va a correr en el maratón, la última competencia.” Lamas recuerda que hay 82 millones de refugiades en el mundo: una Alemania entera de gente buscando hogar.