“La muerte de la escritora Tamara Kamenszain se interpuso, como dice ella misma en su último libro, Chicas en tiempos suspendidos, como una escansión, ‘o como quieran llamar / a ese golpe que corta la prosa / en pedacitos’”, decía Agustina Larrea el su newsletter Mil Lianas.
Vuelve la palabra de lejos.
“La sílaba solo tiene realidad lingüística en una lectura particular que se llama escansión”, dicen Ducrot y Todorov en el Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje.
“f. Métr. Acción de escandir o medir los versos”, dice la RAE. Pero también dice, antes (1): “f. Med. Trastorno neurológico consistente en hablar descomponiendo las palabras en sílabas pronunciadas separadamente”.
“El término ha sido adoptado por los psicoanalistas lacanianos tomando en cuenta una de sus acepciones, que atañe a la ‘métrica’ del discurso: ‘separar’, ‘subrayar’, ‘puntuar’, ‘cortar”, dice Lucía D’Angelo en Virtualia. “Es un recurso de la acción analítica que permite designar el momento de la interrupción o de la suspensión de la sesión misma. Producir una escansión, para segmentar en el tiempo y en el espacio la amplitud del discurso del analizante. (…) Para utilizar la expresión de Hebe Tizio, ‘la sesión, corta’”.
Tamara Kamenszain publicó en 2014 El libro de los divanes.
En 2018, decía de Alejandra Pizarnik: “Hizo una escansión con su generación, es como una joven vieja. Pero el tiempo le alcanzó para dejar una marca en los que vinieron después.”
“Me daría por conforme si mi poesía operara para los escritores más jóvenes como un permiso de ruptura”, decía en 2014, en una variación léxica.
Podría.“No se puede llorar apurada”, dice Marina Mariasch en las palabras que dedica a Tamara. “Ni leer apurada.” Para eso se corta.
Es canción.
Mónica López Ocón cita los mismos versos, un poco más.
¿Y la enfermedad?
¿Y la muerte?
De esos asuntos ya hablé en otros libros
y no me queda nada más para decir.
Porque en este caso no hay duda
de que lo que empezó como poesía
está terminando como una de esas novelas
donde ni el lamento tanguero,
ni el lamento judío
ni el otro lamento con el que suelo tapizar
el diván de mi analista
alcanzan para que el ritmo
el rezo, el verso
la escansión
o como quieran llamar
a ese golpe que corta la prosa
en pedacitos
se interponga entre la realidad y lo que sí o sí
merece quedar suspendido
sin pronóstico
sin metáfora
pero sobre todo
sin miedo.