“Me mataste con esta edición 😭”, me escribió el domingo Matías Fernández. “Me apena que de a poco, e inevitablemente, todas las palabras vayan apuntando hacia la catástrofe climática. (…) Lo vivo como una tragedia muy próxima.”
“La palabra que me interpeló de cerca -lamentablemente- fue ‘emergencia hídrica’. Te leía mencionar que Chubut entró en la misma, y no puedo dejar de pensar en otra que ya apareció, la de ‘porteñocentrismo’. (…) Soy de Mendoza, y aquí estamos cumpliendo, aunque no felizmente claro, diez años de emergencia hídrica sostenida”, decía María Victoria Amadeo en un correo, el martes. “Los centros de ski cerraron sus temporadas a mediados de julio, cuando generalmente se extienden hasta septiembre u octubre. Nevó sólo dos veces en algunos lugares, y en los que más nevó, apenas tres o cuatro. Lugares que antes sólo eran accesibles en pleno verano porque el resto del tiempo estaban bloqueados de nieve, ahora estaban despejados. Crecí en esta provincia, y la solastalgia que mencionás es algo que este año me está dejando total y completamente sin palabras, sin ánimos siquiera de intentar lo que sea por mejorar esta situación”.
“Leer varias palabras juntas fue terrible”, me dijo el jueves Pablo Fisher. “Cero registro (por ahora) tenemos en Buenos Aires de que el agua es finita y hay una crisis gravísima”.
Otra vez María Victoria: “Y sí, vivir con el agua contada y ver cómo se autorizan más mineras, más desmonte, más barrios privados en zona de vertiente, es sentirse un poco impotente. A veces en casa sentimos que al pedo compostamos, llevamos una alimentación basada en plantas, reducimos los plásticos y los reutilizamos y separamos para su reciclado. A veces, parece que nada de eso suma. ¿Sumará? Quién sabe. El mundo igual se estará yendo a la mierda, pero la seguiremos remando, porque bajo la lógica del ‘ya fue’ llegamos a las conclusiones del informe de la ONU / IPCC.”