Cada tanto me regalan palabras así.
“Muy mono y lo que quieras,
pero Anthony Bourdain
era un villamelón.”
Es un tuit de Aurelio Asiaín, poeta mexicano residente en Japón, así que cuando esa mañana le pedí auxilio para entender la palabra me dijo “Ah, mañana te escribo algo. Ya me estoy yendo a dormir”. Y mientras él dormía en japonés, otros tuvieron la delicadeza de explicarme. “En el s. XVIII, se usaba el término ‘melón’ para designar a personas no muy brillantes. ‘Cabeza de melón’, alguien que no sabe. Y estas personas eran naturales de Villa Melón, pueblo imaginario donde viven los tontines. De ahí villamelón como despectivo. Usado en tauromaquia”, dijo François Gyr. Sumó Jonathan Mirus: “El DEM agrega sobre el villamelón que ‘opina acerca de ella [las corridas] sin conocer bien el arte y la técnica’. En el fútbol se utiliza para nombrar a una persona que traiciona al equipo al que apoya por otro en mejor momento. Alguien que no sabe _querer_ a su equipo.” Imaginé que el DEM sería el Diccionario de Español de México y encontré la definición citada. Venía con un ejemplo: “El mal espectáculo en la plaza sucede frente a un público cada vez más villamelón, al que le importa un bledo que lo estafen”. Me quedé pensando en si se trataba de una cuestión de incompetencia (“sin conocer”) o de mala fe (“que traiciona”), y en cómo esos dos sentidos podrían confluir en la ambigüedad hermosa de no_saber_querer.
¿Y Bourdain? “¿Un villamelón de las artes culinarias?”, preguntan. Responde Asiaín: “De la degustación. Nunca dice nada en realidad sobre lo que prueba, salvo que está riquísimo. Y que se la pasa bomba. Un tipo muy simpático, sin duda, y probablemente un buen chef, pero describir no sabía.”