Siempre me pregunté por qué Charly no es muy conocido fuera de Argentina. Un artista popular pero de culto, porque no hay nada que explicar, solo sintonizar. Pasa o no pasa.
Charly tiene filo. Esto de sé que te puedo estimular, sé que te puedo lastimar. El famoso oído absoluto que es también una suerte de mirada absoluta, de sensibilidad absoluta: antena desnuda. Siempre ve más lejos, siempre ve antes, quizás vea demasiado. “Nunca su reloj interno se ecualizó con el reloj externo”, dice Martín Rodríguez. Charly camina sobre ese filo, y hasta baila, y hasta nos hace bailar: la ruta del tentempié. ¿Cómo maneja la emoción Charly? La mía, la nuestra. ¿Cómo lo hace? Siento que él tampoco lo sabe. Él no quería conmoverme, simplemente me pega de un solo único tiro en el único blanco. Antena absoluta sintonizando y emitiendo más allá de cualquier voluntad. Un conmover que es siempre potencia, energía, siempre hacia afuera. Una energía que me sostuvo durante decádas, en equilibrio dinámico, en pie mientras saltara, los brazos arriba. Pero si insisto, yo sé muy bien.
Dice Florencia Angilletta que en él (“en”, no “con” él: Charly como lugar común) nunca estamos a salvo. Quizás sea la clave;. un forjarse en el riesgo. Mi yo adolescente se hizo ahí, en ese filo, esa condensacón: mirada y palabra. Estaba en llamas cuando me acosté.
Charly es de verdad. Es demasiado de verdad, para bien, para mal. Peligrosamente. A esa verdad no hay con qué darle: te emboca, siempre.
La entrada es gratis; la salida, vemos.