Lo que hizo el diputado Naranjo se conoce como filibusterismo: según la RAE, “obstruccionismo parlamentario”. Lo había visto hace unos meses, aplicado a legisladores estadounidenses. Pero en América del Sur también se consigue.
En realidad Naranjo lo dio vuelta: usó la técnica de hablar sin límites para impulsar la aprobación de una ley. Pero en general, el filibusterismo es una técnica de obstrucción, para detener los procesos legislativos.
Técnicamente, el filibusterismo es “una norma del Senado que requiere una votación por supermayoría en muchos proyectos de ley, en lugar de mayoría simple”. El punto es que esta supermayoría muchas veces puede impedirse haciendo una sesión lo suficientemente extensa. Por eso, hay antecedentes de largas horas de discursos en el congreso estadounidense desde el siglo XIX. Eso sí, allá las reglas son más estrictas: el orador no puede dejar el estrado, ni para ir al baño ni para nada. Tampoco puede sentarse; si lo hace, pierde el turno.
Se señala que esta técnica suele ayudar a las alas más conservadoras, ya que busca rechazar los cambios propuestos por minorías simples. En Estados Unidos se usó en 1840 para defender la esclavitud; luego, para impedir que la población afroamericana votara; para evitar la sindicalización y para oponerse al Medicare, el programa de salud que proponía Barack Obama. De hecho, en 2013 el diputado Ted Cruz habló durante 21 horas contra la cobertura de salud.
El término equipara la acción parlamentaria con el pillaje y la piratería. No consigo encontrar cómo pasó de un sentido al otro, pero suena razonable.