“Barracas: un ladrón recibió un balazo en la cabeza tras una persecución y tiroteo”, se decía en los medios porteños el miércoles. El jueves, antes de las 8, el periodista deportivo Gustavo Grabia llevó otra versión a Radio con Vos: las únicas armas eran de los policías, que iban de civil; el baleado era Lucas González, de 17 años, jugador de la sexta división del club Barracas Central. Ernesto Tenembaum entrevistó a su madre, Cintia López. “Lucas salió de entrenar del club Barracas con cuatro compañeros más. Ellos iban a probarse, porque en el club estaban buscando chicos. Fue con amigos de acá del barrio, de Florencio Varela. Los llevó, los acompañó; cuando salieron de entrenar pararon a comprar un jugo. La señora del kiosco nos dijo que se los veía bien, contentos, estaban escuchando un poco de música. Volvían a sus casas. En ese trayecto, por lo que sabemos, frenó un auto supuestamente con cuatro policías arriba. Ellos pensaron que los iban a asaltar, entonces aceleraron. En ese trayecto que aceleran, le dispararon. Le dispararon a mi hijo. Lucas está mal. El daño fue irreversible. Está en manos de dios mi hijo, lo único que lo puede salvar es un milagro. Lo único que le pido a dios es que no me lo deje ir”.
“¿Los otros chicos también están heridos?”, preguntó Tenembaum. “No. A los otros nenes los tenía demorados el juez de Menores.”
Unos minutos después la escuché contar la misma historia en otra radio. Su voz se multiplicó toda la mañana.
Por la tarde, Lucas murió.
“Esta no era la idea”, dijo su mamá.
Me acordé de unas líneas de Cristina Peri Rossi, que hace unos días ganó el premio Cervantes. Se llama “Proyectos”.
Podríamos hacer un niño
y llevarlo al zoo los domingos.
Podríamos esperarlo
a la salida del colegio.
Él iría descubriendo
en la procesión de nubes
toda la prehistoria.
Podríamos cumplir con él los años.
Pero no me gustaría que al llegar a la pubertad
un fascista de mierda le pegara un tiro.