-¿Querés que hagamos “De solo estar”? ¿Un bailecito? -le pregunta Juan Falú a Liliana Herrero.
-Dale. Un bailecito.
“Corazón alegre
De solo estar andando en la vida
Cholita no has de llorar
El tiempo de mi partida”
Canta Liliana Herrero y se ríe. “De solo estar”, dice y levanta el brazo, mira a su compañero guitarra en mano. “Y está de nuevo el pañuelo ahí”. Porque un rato antes había dicho Falú que el pañuelo debía considerarse entre los símbolos de la cultura nacional, por la zamba, y las Madres, y el adiós y el llanto y la despedida. Ella vuelve a cantar.
–Paaañuelito blanco
-Ves -dice Falú.
–Para bailar… por mi palomita…
Liliana Herrero mueve los brazos, achina los ojos. A sus espaldas la platea vacía del Auditorio Nacional. Es un homenaje al disco que grabaron con temas de Leguizamón y Castilla en el 2000. Es noviembre de 2020, plena pandemia (¿pero cuándo no lo es?). Al inicio, al subir al escenario, ella había dicho “Nos encontramos acá, no nos podemos ni abrazar”. Él la miró fuerte, a dos metros. “Ah es verdad. Pero podemos”-señalando la mesa, las copas ya tintas- “abrazarnos al vaso”.
Estábamos en el pañuelito, la palomita.
-...mojado lo he de guardar después de la despedida– canta Herrero. Y sonríe con todo el cuerpo- Ta pa’ la despedida y para bailar.
-Vos sabés que esos diminutivos como “palomita”, o “vidita”, aparecen mucho en los bailecitos-, le cuenta Falú, mientras ella toma un trago de vino-. Que el bailecito es jujeño, es salteño, por supuesto… es boliviano… Es un tipo de canto cariñoso, íntimo… casi ingenuo, también. Por eso invita a los diminutivos.
Liliana Herrero levanta las cejas, los hombros.
-No sabía eso.
Juan Falú levanta la copa.
-Sí, sí sí. El bailecito. Y ya el nombre es bailecito.
-Bailecito -sonríe ella, se acerca-. Sí, sí. No sabía, Juan. Qué bueno. Qué bueno saber esas cosas. Qué bueno que las personas que nos van a escuchar lo sepan, también. Porque eso nunca me lo contaste. Y eso que me has contado muchas cosas.