“El español de Lola, aunque adecuado a sus necesidades diarias, era rudimentario. Mientras lo hablaba, daba la impresión de alguien con mentalidad casi infantil, ocultando de esta manera su compleja naturaleza, su perplejidad y su profundo dolor. Su mundo se había hundido en la no existencia, mientras que el resto del mundo la llamaba ‘la reliquia’”.
Anne Chapman, prefacio a Fin de un mundo.