“Karukinká, esa tierra está por allá lejos. Sí, esa es kank. Estaría junta la tierra, sí [la Isla Grande con el continente], porque estaban cazando guanaco esa gente [los antiguos selk’nam], venían unas cuantas familias y llegarían donde estaba la tierra, creo [en] aquellos tiempos, siglos ya. Quedaron aislados ahí [en la Isla Grande]. Por un terremoto habrá sido que quedaron aislados en esta tierra. Pero éste [hace] siglos de años. Quedaron, hasta que aumentaron mucho. Sí, mucha gente. Ahí quedó kank, sola sí.”
Ángela Loij, en el documental Pueblo ona: vida y muerte en Tierra del Fuego (1977), transcripto en Fin de un mundo.
Dice el padre José María Beauvoir en el capítulo 1 de los Apuntes Etnológicos que acompañan su Diccionario Shelknam (1915, reeditado en 1998): “Karukinká: Tierra de la extremidad Sur. Admitida la venida de los antiguos Thehuelche en Karukinká por el paso que ellos conocían (este debía ser el trecho que hay entre las dos angosturas actuales), no puede ya negarse que el Estrecho, cual lo encontró Magallanes tan solo cuatro siglos ha, no debía aún existir, y la Karukinká es decir: la Harw = tierra del Huk o Wouk = Sur, estremo –inká, adónde iban periódicamente, tal vez todos los años), – no estaba aún por completo separada del Continente, a saber aun no era isla, era todavía la parte Estrema Sur del Nuevo Mundo, descubierto siglos después por Cristóbal Colón, la que, separada ya, encontrara veinte y ocho años más tarde Fernando de Magallanes”.