Esta palabra estaba candidatéandose entre los borradores desde el número 38, de mayo pasado. Entonces la escuché en la radio, y leí que California estudiaba prohibir los “químicos eternos”, o PFA, de los productos para la primera infancia, que generaban residuos de microplásticos que chicos y chicas ingerían. Un poco después leí sobre un estudio alemán que decía que se habían encontrado subproductos tóxicos del plástico en el 97 por ciento de las muestras de sangre de un universo de 2500 niñes. Microplásticos: plásticos de menos de medio centrímetro de diámetro (o menos, según la clasificación), que no se degradan, solo se rompen en pedazos más pequeños que quedan contaminando el ambiente, el agua, los animales, las personas.
Hoy la palabra vuelve en este título: “Investigadores encuentran microplásticos dentro de bebés recién nacidos”. La nota remite a un paper publicado el 26 de enero en Environmental Health Perspectives: “Una perspectiva desde la salud infantil en nano y microplásticos”. Los nanoplásticos son la categoría que le sigue a los micro, que van de uno a mil nanómetros, la millonésima parte de un milímetro si no me perdí en la cuenta. Kam Sripada y un equipo internacional aseguran que a través de los microplásticos ingerimos ‘un cóctel de 40 mil químicos’. Desde el comienzo de la vida: “Recientemente, se descubrieron microplásticos en la placenta humana (Ragusa et al. 2021), en el meconio y en las heces infantiles (Zhang et al. 2021; Schwabl et al. 2019; Braun et al. 2021). Sin embargo, los impactos de la exposición a partículas de plástico durante las primeras ventanas de vulnerabilidad son casi completamente desconocidos.”