Con esta palabra se describe la operación que puso el corazón del cerdo en el pecho de David Bennett. Xeno- es un prefijo que viene del griego y significa “extranjero”, “extraño”. Me resulta sugestivo, casi redundante: si te transplantan un órgano, por fuerza tiene que serte ajeno. Pero hay una ajenidad más que no están explicitando: la especie como territorio.
“The next pig thing in medicine”, tituló Sally Satel en el Wall Street Journal el miércoles, en un juego de palabras entre “La próxima gran cosa en medicina” y la palabra “cerdo”.
Antes de la cirugía de Bennett hubo varios ensayos y experimentos. “En septiembre, los médicos del Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York colocaron un riñón de cerdo en los vasos sanguíneos de la pierna de una mujer muerta (con el permiso de su familia). Produjo orina y eliminó productos de desecho durante el período de observación de 54 horas”, cuenta Satel. “También en septiembre, un equipo de la Universidad de Alabama en Birmingham implantó los primeros riñones de cerdo modificados genéticamente en el cuerpo de Jim Parsons, de 57 años, de Huntsville, que había sufrido muerte cerebral por un accidente de motocicleta. Los nuevos riñones se volvieron ’hermosos y rosados’, dijo el cirujano principal. El experimento duró 77 horas.”
El artículo da números de la demanda de órganos: “Más de 90.000 estadounidenses esperan por un riñón. En un día normal, mueren alrededor de doce de la lista de espera”. Y cierra: “El xenotrasplante es el futuro. Jayme Locke, la cirujana que dirigió el equipo de la Universidad de Alabama, dijo que espera poder ofrecer trasplantes de riñón de cerdo dentro de cinco años.”
Si los xenotransplantes se convirtieran en una opción viable, este panorama cambiaría radicalmente. También se abrirían otros abismos éticos. ¿Se convertirían las macrogranjas en fábricas de órganos?