Fácil: la contraparte de la ecoansiedad (N49P02).
La encuentro en otro artículo del New York Times en español. Ellen Barry titula: “El cambio climático entra al consultorio”, y asegura: “Hace diez años, los psicólogos propusieron que un amplio abanico de personas sufriría episodios de ansiedad y duelo por el clima. El escepticismo sobre esa idea ha desaparecido.” O sea, que ya no se discute.
Uno de los que instalaron la idea fue el psicólogo Thomas Doherty. “Se especializa en la angustia relacionada con la catástrofe climática, o ecopsicología, que era, como él dice, un ‘área cuestionable’ hasta hace poco”, describe Barry. “(….) Había recogido una idea que, en aquel momento, era novedosa: que las personas podían verse afectadas por el deterioro ambiental aunque no estuvieran físicamente atrapadas en una catástrofe”. En “The psychological impacts of global climate change” (Doherty y Clayton, 2011), se distinguen tres tipos de impacto del cambio climático en la salud mental: directos, indirectos y psicosociales.
La nota sigue a Alina Black, una mujer de Oregon abrumada por el cambio climático y la huella ambiental que genera. “Entiende lo privilegiada que es; describe su ansiedad como un ‘problema de lujo’. Pero aun así: los juguetes de plástico en la bañera la ponían nerviosa. Los pañales desechables la ponían nerviosa. Empezó a preguntarse cuál es la relación entre los pañales y los incendios forestales. ‘Siento que he desarrollado una fobia a mi forma de vida’, comentó”. No es la única: según una encuesta publicado en The Lancet, realizada en diez países a 10.000 personas de entre 16 y 25 años, tres cuartas partes dijeron que creían que “el futuro es aterrador” y el 56 por ciento aseguró que “la humanidad está condenada”.
Doherty conduce el podcast Climate Change and Happiness. “‘En el futuro, incluso en los peores escenarios, habrá días buenos’, le dijo una vez a Black. ‘Habrá catástrofes en determinados lugares. Pero tus hijos también tendrán días buenos’.”