“En las calurosas noches sin luna de Nueva Zelanda, se despliegan por las playas en busca de una presa escurridiza y brillante. No son cazadores, sino fotógrafos que persiguen la bioluminiscencia, un fenómeno natural en el que las algas brillantes confieren un aura etérea y azul eléctrico a las olas al chocar.” Así comienza el artículo publicado por Mike Ives el martes en el New York Times (versión en español). Según cuenta, “aproximadamente cuatro de cada cinco animales que viven entre los 200 y 1000 metros bajo la superficie son bioluminiscentes”. Esto incluye “bacterias, hongos, protistas unicelulares, celentéreos, gusanos, moluscos, cefalópodos, crustáceos, insectos, equinodermos, peces, medusas”, reporta la Wiki. Allí se define: “La bioluminiscencia es el proceso a través del cual los organismos vivos producen luz, dando como resultado una reacción bioquímica en la que comúnmente interviene una enzima llamada luciferasa. Se produce como resultado de una reacción bioquímica en que interviene el oxígeno, el ATP (proteína llamada luciferina) y la enzima luciferasa”.
Aquí, fotos de lo que llaman, con bastante poca imaginación, el “oro azul”, o, más lindo, “aurora del mar”.
Según una hipótesis de Kenneth H. Nealson, las algas brillan para ahuyentar a los peces chicos que se las comerían. Otros organismos tendrán otras razones.
Luciferina, luciferasa. El artículo se enfoca en Nueva Zelanda, pero no es un fenómeno determinado por la geografía. Las playas uruguayas inspiraron a Jorge Drexler “Noctiluca”, la canción encandilada que acompañó el embarazo de mi hija Luz: “Y yo desde mis escombros al igual que el mar sentí que fosforecía”.