Otra versión, esta de Micol Lendzian. Lo dijo en respuesta al tuit de la apptadura: “No puedo creer que desaprovechamos la oportunidad de decir “aplicadura”. No sé cuál me gusta más.
Todavía una tercera versión: “Con doble p applicadura”, propone El Gerson. Ahí ya me parece que se rompe un poco la lógica, porque o trabajamos con el préstamo del inglés con alta frecuenta en español, “app”, o con la traducción, “aplicación”. Y después hay un problema más: una app no es una aplicación. O al revés, una aplicación no es una app. O no era. En español, una aplicación es -o era- lo que ofrecen en la farmacia para ponerte la antitetánica. Un sustantivo abstracto, derivado de un verbo; no un sustantivo concreto que designa a un objeto digital. Una app, ¿será una cosa o una no cosa, según el criterio de Byung-Chul Han?
Hace ocho o nueve años entrevisté a un empresario de tecnología y se me ocurrió preguntarle por qué todo nuevo producto que se publicitaba era una app. Me dijo: “Es que el celular es como el control remoto de la vida”. La idea de “control remoto” tiene demasiados sentidos.
Me acuerdo de una nota de Natalia Zuazo de hace varios años con un título que la clavaba en el ángulo: “Uber: ¿Una app? No, una empresa”. Las apps son interfaces: de empresas, de dependencias del estado, o de ONG; no hay muchas más opciones. Compañías y gobiernos que de repente quieren viajar en mi bolsillo y saber todo (TODO) de mí, a cambio de nada, y sin que ninguna ley lo exija, lo controle ni lo regule.
Quizás tenga más sentido la cuarta versión – cuarta palabra, propuesta por David Villamar: dict-app-dura.