Últimamente (¿desde cuándo?), mis amigas, cuando se felicitan en el chat, se dicen “¡Brava!”. Imagino que no deben ser solo mis amigas. Lo dicen en las mismas situaciones en las que antes nos decíamos “¡Bravo!”. Y claro, la verdad, quién se iba a poner a pensar que esa palabra que usábamos como una interjección (así la recoge la RAE, después del adjetivo: como una interjección “para expresar aplauso”), esa interjección morfológicamente invariable por norma, podía tener carga de género. No lo habíamos pensado: el adjetivo era bravo/a, y el aplauso era bravo, y listo.
Y entonces alguna lo pensó, pensó que la interjección venía del adjetivo, que era una suerte de piropo, (sos) bravo/a, algo así. Y que seguramente habría quedado petrificado en bravo como juez es juez y presidente es presidente: por la pura costumbre de que solo se aplaudiera en masculino, a masculinos. Habrá pensado algo así, y lo dijo. Y prendió. Y ahora lo dicen mis amigas, las bravas, y lo digo yo.