Perdón por arrancar así. Es que hoy ronda esta palabra que siempre me había sonado lejana, en espacio y tiempo.
El jueves se difundió esta tapa de The Economist, con el título “La catástrofe alimentaria que viene”. La nota empieza con cuestiones de espacio: “Al invadir Ucrania, Vladimir Putin destruirá la vida de personas que están lejos del campo de batalla, y a una escala que incluso él podría lamentar.”
“Casi 250 millones de personas están al borde de la hambruna”, asegura The Economist. “Si la guerra se prolonga y los suministros de Rusia y Ucrania son limitados, cientos de millones más podrían caer en la pobreza. El malestar político se extenderá, los niños sufrirán retraso en el crecimiento y la gente morirá de hambre.”
Un poco antes, decía: “La guerra está golpeando un sistema alimentario mundial debilitado por el covid-19, el cambio climático y una crisis energética. Las exportaciones ucranianas de grano y semillas oleaginosas se han detenido en su mayor parte y las rusas están amenazadas. Juntos, los dos países suministran el 12% de las calorías comercializadas.” El bloqueo ruso a los puertos ucranianos (con 22 millones de toneladas de granos retenidos, según Zelensky) agrava el panorama.
Marca The Economist: “António Guterres, secretario general de la ONU, advirtió el 18 de mayo que los próximos meses amenazan con ‘el espectro de una escasez mundial de alimentos’ que podría durar años. Ya ha aumentado en 440 millones el número de personas que no pueden estar seguras de tener suficiente comida, hasta los 1.600 millones.”
Casi uno de cada diez latinoamericanes pasa hambre. “Sabemos que hay gente que se va a morir de hambre por las acciones de Rusia”, dijo el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau.
“23 países, desde Kazajstán hasta Kuwait, han declarado severas restricciones a las exportaciones de alimentos, que cubren el 10% de las calorías comercializadas a nivel mundial. Más de una quinta parte de las exportaciones de fertilizantes están restringidas. Si el comercio se detiene, se producirá una hambruna”, dice The Economist. “La escasez no es el resultado inevitable de la guerra. Los líderes mundiales deben ver el hambre como un problema global que requiere urgentemente una solución global.”