El sábado 4 Tiziano Gravier, hijo de la modelo Valeria Mazza, sufrió un violento ataque en la puerta de un boliche de Rosario.
“Le dijeron ‘Tincho’, una forma de estigmatizar a chicos de clase media alta, y luego lo golpearon”, dijo Germán Pugnaloni, abogado de la familia.
Florecieron notas como esta de Clarín: “Qué significa ‘tincho’: el insulto que recibió Tiziano Gravier”. Consignan que la palabra no está en el diccionario de la Real Academia Española, pero sí en el Diccionario Latinoamericano de la Lengua Española (¡colaborativo!), del Observatorio de Glotopolíticas de la Universidad de Tres de Febrero. “Se trata de un término coloquial que se usa despectivamente para hacer ‘referencia a los jóvenes de clase media-alta y alta que suelen tener actitudes egocéntricas’”.
La Nación publicó “De Tincho a Milipilis: ¿Qué significa llamar así a alguien?” bajo la órbita de la revista Ohlalá (“Milipilis” hacen el enlace con la revista femenina). Me hace pensar en la expresión “calling names”. No recuerdo una equivalente en castellano. Pero qué difícil, porque justamente acá se está circunvalando el insulto. En vez de insultar directamente (¿”bobo”? ¿”garca”?), se elide la premisa (¿”los chetos son todos bobos”?) y el mismo nombre propio queda cargado negativamente con el estereotipo. El título SEO de la nota es todavía más preciso: “de-tincho-a-milipilis-que-significan-socialmente-estos-nombres”. El significado es social: el nombre se vuelve insulto.
“Tincho” y “Milipili” son apodos, y puede haber ahí una burla de cómo se forman y usan; pero cuando se usa el estereotipo inverso (“Braian”, “Jennifer”), no hay apodos, solo prejuicio desnudo. Lo mismo con los Raúles y Mabeles que estudiamos alguna vez con Ana Laura Maizels, o con las Karen en el mundo angloparlante. Una herramienta retórica para dibujar un Otro absoluto y cargarle todo lo que odiamos: nombre vudú.
Alguna vez leí mi nombre asociado a un estereotipo cercano al de las mabeles. No me gustó. Me puso a pensar en el privilegio de quien lleva un nombre menos marcado, de esos que se perciben clásicos y por lo tanto inmunes al estereotipo: llamarse Ana, Pablo, Nicolás.