“Durante años, y ante la indiferencia más absoluta de todos los que se abrían camino para colarse en la cima del Everest (8.848 metros), los hitos que marcaban la vía a seguir eran cuerpos humanos momificados que los aspirantes a cima observaban deseando no correr la misma suerte, mirando hacia otro lado o recreándose en la estampa, puro morbo”, cuenta Óscar Gogorza en El País. “Los más irrespetuosos se fotografiaban a su lado… Las imágenes se viralizaron tanto como las instantáneas de las cantidades de basura que contenía la cima del planeta. Varios sherpas, después de numerosas protestas, retiraron los restos, un gesto tan cosmético como de dignidad básica. Ahora, la familia del islandés John Snorri, fallecido el 5 de febrero de 2021 en el no menos icónico K2 (8.611 metros), implora respeto para su memoria… y para sus restos, que cuelgan atados en las cuerdas del cuello de botella, a unos 8.300 metros de altitud.”
Alguna vez escalé, un poquito. Alguna vez perdí un amigo en una montaña, y la sensación era que estaba bien que se quedara ahí. Pero no a la vista de cualquiera. “Este verano la masificación amenaza con generar nuevos dramas, atascos y sinsentidos en la montaña ubicada en el Karakoram de Pakistán. Son unos 400 aspirantes los que abarrotan el campo base del gigante pakistaní y la familia de Snorri teme que las fotos de sus restos vuelen en la red”, detalla Gogorza. “Mingma G, uno de los diez nepaleses que ese invierno de 2021 hicieron historia al firmar la primera invernal de la montaña, se ha ofrecido a rescatar los restos de Snorri y darles sepultura o, al menos, a dejarlos fuera de la vista de los alpinistas y de sus cámaras. En una montaña tan piramidal y vertical como el K2, el simple gesto de cortar las cuerdas en las que descansa enredado el cuerpo del islandés bastaría para que estos desapareciesen para siempre”. Montañistas vueltos montaña, John Snorri convertido en Jon Snow.