La pongo de entrada para pasar a otro tema cuanto antes. Para quienes vivimos en Argentina desde el siglo pasado, no es nueva; ni siquiera nos llama la atención. Decimos “corrida bancaria” como quien dice “medialuna de manteca”.
Descubro que las corridas bancarias son algo tan instalado que hasta tienen página de Wikipedia (bajo el nombre principal de “Pánico bancario”; dan como alternativa “estampida” y “asedio”). En inglés se llama “bank run”, o “run on the bank”: literalmente, corrida.
Acá entendemos que es una corrida porque la gente corre: al banco, a sacar la guita, para tratar de convertirla cuanto antes en algo que no se desvanezca en el aire. El famoso sálvese quien pueda: gente chocándose las cabezas. Yo misma corrí al banco en 2001 (en esos tiempos -parece ciencia ficción- sacábamos dólares de los cajeros automáticos). Para corridas icónicas, mi favorita es la de Mary Poppins, provocada por el niño Michael Banks (en realidad la culpa es del banquero que se negaba a devolverle su penique).
Pero ahora que el dinero es mayoritariamente digital, que no hay metáfora física de lo intangible, la palabra perdió su asidero material. Nadie corre en la computadora. Lo único que sigue corriendo es la ansiedad, la adrenalina en la sangre.
Corre la ansiedad y el morbo y los memes, porque, como dijo Gabriel Puricelli, “esto de sentarse a ver pasar la corrida no se había intentado nunca antes”. Vale para el gobierno claro, pero también para nosotres, que ahora tenemos todo un surtido de redes sociales para correr por otros medios.
“Corrida” suena lascivo. Será que mi mente lo escucha como con doblaje español. O será la apelación a “que explote todo”, ese deseo de aniquilación para terminar con lo insostenible (que, parece, siempre puede agudizarse un poco más). Ahí anida la perversión, como marca este meme de Washington Cerati.
Mientras tanto, en un basural santafesino aparecen 75 mil dólares sin dueño. Esas sonrisas: otra corrida.