“En los últimos años, en América Latina se ha usado la idea de ‘polarización’ como una explicación casi tautológica para todo, en especial para hablar de procesos electorales y del surgimiento de candidatos insospechados. ¿Le parece que la idea de polarización puede servir para explicar algo de la realidad argentina?”, le preguntó Eliezer Budasoff a Ernesto Semán en una entrevista que publicó El País el 21 de agosto, hace siglos, en otra era.
“En el caso de Argentina yo no sé que sería la polarización”, respondió Semán. “Lo que veo más es una marcada radicalización de la derecha en sus agendas, en su discurso, y en el tipo de identidad política, social, y en algunos casos racial, que se va construyendo alrededor de esa radicalización. Pero, ¿cuál sería la contraparte de izquierda que justificaría hablar de polarización, que implique un mismo nivel de radicalización y de confrontatividad? ¿La Cámpora? ¿Cristina Kirchner? Que son, en el mejor de los casos, movimientos que han impulsado diagnósticos más o menos radicales para el desarrollo de políticas extremadamente moderadas. ¿La izquierda, que hizo razonablemente buenas elecciones en algún lugar, pero que ni remotamente apareció y, lamentablemente, no aparece como una opción verosímil de poder? En Argentina, el año pasado, hubo que dejar jirones ¡jirones! de identidad política y de poder político para aprobar la ley del etiquetado frontal de los alimentos. Fijate de lo que estamos hablando: una puta etiqueta. No te digo la reforma agraria, la eliminación de la policía, la socialización de los medios de producción… No, una puta etiqueta que dijera: ‘Esto tiene cosas que pueden matar chicos si se come en exceso’. Eso fue el nivel de radicalización.”
El del pasado.